Por un lado, hoy
ha sido un día un poco triste: hemos vivido las últimas horas en la capital
griega y hemos contemplado la Acrópolis por última vez; hemos paseado y
comprado los últimos regalos por la calle Ermou, y nos hemos comido el último
helado en Monastiraki. Pero a la vez, ha sido un día muy feliz: hemos vuelto a
España cargados de preciosos recuerdos, hemos convivido con nuestros amigos y
hemos vuelto convertidos en una piña mucho más fuerte que la que salió de
Barajas. Lo que hemos aprendido en estos cuatro días, no se enseña en el cole.
Se vive.
Una cosa
buenísima de hoy es que no hemos tenido que madrugar tanto. Hemos bajado a
desayunar a las 9 y sobre las 10, hacíamos el check-out y guardábamos las maletas en consigna. Teníamos unas 3
horas para dar el último paseo y hacer las últimas compras por la cuidad. Nos
hemos dirigido al barrio de Plaka con un soleado paseo desde Omonia, que está a
escasos metros de nuestro hotel. Con la visita a esta plaza, hemos cerrado el
triángulo de oro ateniense, conformado por los tres vértices: Sintagma, Monastiraki
y Omonia. Después de tomarnos un par de fotos, hemos bajado por la calle
peatonal Eolou, llena de tiendas y pequeños comercios locales. Hemos pasado frente
al Banco Nacional Griego y por el Mercado Central; hasta cortar con la calle
Ermou, nuestro lugar de compras favorito. Hemos paseado por algunas callejuelas
encantadoras, hemos tomado un millón de fotos, hemos comprado los últimos
imanes, sudaderas, jabones de aceite de oliva, camisetas y demás regalitos para
nuestros hermanos, padres y abuelos. Otra cosa no, pero generosos somos un
rato. Y encima, hemos vuelto con buena parte del presupuesto porque Atenas no
es una ciudad demasiado cara en lo que a compras se refiere. Antes de abandonar
Monastiraki, nos hemos tomado un helado riquísimo en una terracita muy animada.
Para volver,
hemos cambiado la ruta y desde Plaka hemos caminado hasta Keramikós, hemos
visto un mercadillo local y, ayudados por Google Maps, hemos callejeado hasta
el hotel. Mucho ajetreo de coches y personas, mucho comercio pequeño lleno de
especias y mucho producto local; cosas que le han dado al paseo un olor
especial e inolvidable: los ajos, el pimentón, el queso, la aceitunas, el
aceite… una maravilla.
En torno a las
13:00, hemos regresado al hotel y Mary nos estaba esperando con Christos en el autobús.
Hemos recogido nuestras maletas, hemos recuperado algunos objetos perdidos que
se nos habían olvidado en las habitaciones y hemos puesto rumbo al aeropuerto.
Nos hemos despedido de Mary asegurándole que volveremos pronto, y deseando
poder verla otra vez. El avión ha sido muy puntual y aunque Iberia no nos ha
servido merienda, no nos han importado porque nos hemos puesto hasta arriba en
el McDonald’s de la terminal. En el avión nos hemos reído un montón y además
nos hemos hecho amigos de un instituto extremeño que también estaba de viaje de
estudios. Un poquito antes de aterrizar, hemos visto la nieve que cubría parte
de la sierra de Madrid… ¡y nosotros que estábamos a 25ºC esta mañana en Atenas!
A la salida, Noelia, Hugo y Pablo nos esperaban con unos carteles preciosos
para darnos la bienvenida, y los papis con unos aplausos estupendos y un
detalle precioso para las profes ¡¡¡VIVAN LAS FAMILIAS DE NUESTRO COLE!!!
Ahora que
llegamos al final, volvamos al principio; al título de la entrada de hoy. Los clásicos son
seres perennes, eternos, inolvidables: huéspedes de la cultura que atraviesan nuestras
vidas con la estela de sus nombres. A pesar de los milenios, recordamos quiénes
fueron, conocemos las guerras en las que lucharon, las ciudades que fundaron,
los pueblos que destruyeron, las esculturas que tallaron y los asesinatos que
cometieron por amor o por venganza. Recordamos el trágico desenlace de Edipo,
conocemos el inevitable final de Aquiles –el mejor de los guerreros griegos-, sabemos
del triste destino de Troya tras su asedio, pensamos en la maldición de
Casandra y en la locura de Medea, disfrutamos con las aventuras de Odiseo en su viaje de vuelta a casa
tras la guerra, pensamos en Penélope –que lo esperó durante veinte años-
tejiendo de día y destejiendo de noche y llamamos a nuestros hijos Helena,
Héctor o Alejandro. Sin duda, y aunque no lo pensemos muy a menudo, nuestras
vidas y nuestro mundo son como son porque Homero escribió la Ilíada, porque
Atenas inventó la democracia, porque Esparta repelió a los persas en las
Termópilas y porque Filípedes corrió 42 kilómetros desde Maratón para pronunciar
dos palabras ("¡Alegraos, vencimos!") y a continuación, morir. Después de estos
días, no sólo hemos aprendido estas lecciones de historia sino que nos hemos percatado
de una realidad mucho más cercana: la de los otros nombres cuyas estelas
también nos atraviesan. María, Carla, Laura M., Alex, Laura F., Victoria, Lucía,
Guille, Dafne, Cristyn, Lorena, Yuneisi, Christian, Caste, Alba y Teresa. Que este viaje nos
enseñe que lo más valioso que tenemos son los otros.
Cerramos con un
ENHORABUENA a las familias de nuestro colegio; a los padres, madres, hermanos,
abuelos… que habéis criado y educado a unos hijos tan maravillosos. El mundo es
mejor gracias a vosotros y el futuro arroja luz gracias a vuestros hijos. Puede
que seamos un colegio pequeñito, pero formamos una GRAN FAMILIA. La mejor de
todas.
No querría
despedirme sin nuestra sección especial… INCREÍBLE, ¡PERO CIERTO!
1) No
importa cuántas veces se inspeccione una habitación y cuántas veces se revisen
las maletas: siempre se nos pueden olvidar una cámara de fotos en un cajón o un
abrigo detrás de una cortina… ¡Menos mal que lo hemos recuperado todo!
2) ¡Increíble
que unos niños pequeños de otra habitación molesten llamando a las puertas de
toda la planta y, más cierto aún, que la culpa nos haya caído a nosotros!
3) Parece
increíble que mañana viernes tengamos que ir al colegio, pero tristemente… ¡¡¡ES
TOTALMENTE CIERTO!!!